Está claro que no existe la dicha plena, y que cuando avistas un faro a proa, otro dejas de avistar a popa. Ayer me tocó despedirme de quién durante gran parte de mi vida fue el faro que orientó mi rumbo. Quizá sin saberlo, es cierto, pero sólo con su ejemplo evitó que yo embarrancara en rocosas playas, o que zozobrara en cualquier tormenta.
Me despedí de él utilizando unos versos de Marcos Ana, que al menos por unos minutos hice míos, porque imaginé a mi padre despedirse de mí con estos mismos versos. Con permiso de Marcos Ana, y desde la enorme y humilde admiración que le profeso, dejadme que también ahora los haga míos.
Ocaso grana
Quisiera conservar todas mis hojas,
sin esa desnudez fría en las ramas
del hielo y del invierno.
Ser viejo, un árbol viejo. Está Bien.
Pero ver todas mis hojas canas,
como el árbol que queda por la escarcha
y la luna cubierta de plata.
O cubierto en los oros
que el sol retiene con espaciosa calma
en las cimas azules de esas tardes de otoño,
un rescoldo de sueños, que en dormidos espejos
se mueren reclinadas.
Así mi atardecer quisiera…
No importa que la trama de mis huesos
transluzca sus pálidos encajes
si es mi corazón roja rama que canta
la alegría de todos.
Si en mi mano florece la cayada
que cortaron mis hijos,
de un fresno encendido por las luces del Alba.
Si curando al viento mis banderas heridas,
voy caminante, río abajo, hacia la mar ancha,
con mis deberes hechos y bajo lunas castas,
noble y tranquilo hasta la gran orilla
donde espera, entre hierbas, amarrada mi barca….